El autor y su obra
Su género es un hibrido entre novela, biografía, historia y ensayo. Su estilo es ágil, limpio y claro, pero a la vez elegante y preciso. Está escrita en presente, lo que unido a que consigue imprimir a la narración un ritmo vertiginoso, hace que el lector parezca formar parte de lo que allí está ocurriendo, algo muy propio de Zweig , como sucede en otras de sus grandes obras, Momentos estelares de la humanidad o El mundo de ayer.
Su subtitulo, Conciencia contra violencia, anticipa lo que vas a encontrar: la contraposición de dos personajes, que representan dos arquetipos de formas de ser y de ver el mundo.
Se escribió en 1936, cuando Zweig estaba exilado en Londres huyendo de los nazis, que habían calificado su obra de “literatura judía y degenerada”. En este entorno, Castellio contra Calvino es una denuncia a la intolerancia, a la tiranía, y un canto a la libertad de pensamiento, en un marco de debate teológico, “la máscara ocasional de la época”. En la obra podemos encontrar formidables reflexiones sobre el ser humano ante la religión y el poder. Decía Pavese que la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida.
Los personajes principales
Jean Calvin (1509-1564), Calvino, se considera profeta de la verdad, defiende el orden y la disciplina. Vestido siempre con un hábito negro, no se concede ni al menor atisbo de placer o felicidad. Duerme poco, come una vez al día, no pasea, no practica el sexo, no tiene ningún tipo de divertimento. Es rudo, hosco, triste. Para él la vida es todo o nada, no hay grises, ni medias tintas, y considera que el fin, su fin, justifica cualquier medio. No admite la crítica, ni la libertad de criterio o de interpretación. Si alguien está contra él, está contra Dios. “de Dios recibo lo que enseño, y eso ratifica mi conciencia.”. Me recuerda aquel chiste en el que dos piadosos judíos discuten sobre las excelencias de sus rabinos. Uno dice: “Dios conversa con mi rabino todas las noches”, y el otro contesta, “¿y como lo sabes?, a lo que replica, “El propio rabino me lo ha dicho”. Y le pregunta, “¿y si miente?”, y responde convencido: “¡Como va a mentir un hombre que habla con Dios todas las noches!”
Sebastian Chatillon (1515-1563), Castellio, un gran intelectual, idealista, con aplomo y equilibrio, mirada franca y sincera, humilde y humanista, con “una firmeza digna de Tolstoi”. Hombre pacifico, ético, y con gran sentido de la justicia. Defiende la libertad de pensamiento, de forma que duda de sus propias convicciones, de ahí que una de sus obras fundamentales sea “De arte dubitandi”. (“Siempre que enseñas, enseña también a dudar de lo que enseñas”. Ortega). (“Gran parte de las dificultades que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los sabios llenos de dudas” Bertrand Russel). Su convencimiento de la necesidad de respeto a cualquier persona e idea, y a defender la tolerancia de las creencias de los demás, fue un ejemplo para su generación y las venideras.
Miguel Servet (1509-1553), un “francotirador”, quijotesco, soñador, ingenuo, le atrae el riesgo y el peligro. Se atreve con todo, filosofía, medicina y teología, hasta corrige la Geografía de Ptolomeo. Declara por escrito que tanto la Iglesia católica como la protestante están equivocadas, y fue crítico con muchos de los dogmas del protestantismo.
La trama
La Reforma protestante, iniciada por Lutero y Zvinglio, pretendía en sus inicios, reformar, mejorar, volver a los orígenes del cristianismo. Pero la Iglesia católica se mantuvo rígida e inmovilista, y ello provocó la ruptura. Cada ciudad quiso desarrollar la Reforma a su manera. Lutero fue el inspirador y Calvino el organizador.
A Calvino le costó llegar al poder. Tras un exilio inicial, vuelve a Ginebra con mando en plaza. Zweig argumenta que históricamente los exilados han tenido éxito en la conquista del poder: Cesar (Galias), Napoleón (Egipto), Garibaldi (Sudamérica), Lenin (Urales).
Poco a poco, Calvino va construyendo su autocracia en la ciudad, y como toda dictadura necesita de la violencia. Instituye lo que el mismo denomina “diciplina eclesiástica”. Impone el terror, el Dios de Calvino no quiere ser festejado, ni amado, solo temido. De ahí proviene la palabra “pánico”, terror al dios Pan. En Ginebra se prohíbe casi todo. Las fiestas, el teatro, el baile, los vestidos, los peinados, la gastronomía, la música, el arte… La ciudad se llena de policía religiosa y de espías que denuncian la vulneración de cualquier norma.
Castellio era crítico con esta situación y la denuncia públicamente, con lo que se gana la enemistad de Calvino, que consigue expulsarlo de la ciudad. Miguel de Servet, que había escrito contra las ideas de la Reforma y contra Calvino, de forma incomprensible, se “mete en la boca del lobo” y busca refugio en Ginebra. El dictador, por medio un hombre de paja, le inculpa- en Ginebra había una curiosa norma, por la que el que acusaba debía permanecer en la prisión hasta que probaba la acusación.
Las páginas en las que se describe el cautiverio de Servet y, sobre todo, la muerte en la hoguera, son duras y de un gran realismo. En el último o momento le proponen que renuncie a sus ideas (no creía en el dogma de la Santísima Trinidad), a cambio de una muerte menos cruel, pero se niega. Me recuerda a lo que hacía la Inquisición al dar la oportunidad al reo de aguantar agarrado a un clavo ardiendo para probar que no estaba poseído, de ahí viene el famoso dicho.
Castellio ataca a Calvino acusándole de asesinar a un inocente, solo por tener ideas diferentes: “matar a un hombre no es defender a una doctrina, es matar a un hombre”. Resulta interesante el argumento que utiliza Castellio al decir que Calvino habría condenado al Calvino de la juventud por alguna de las ideas que manifestó entonces.
Calvino pone en marcha toda la maquinara de su poder para acabar con Castellio. Tras muchas vicisitudes, en las que va consiguiendo salvarse, finalmente es encarcelado. Su muerte repentina, debido a su delicado estado de salud, le evita la hoguera.
Castellio, un gran olvidado por la historia, toma la estela de Cicerón, Erasmo o Montaigne, y fue el primero en proclamar la tolerancia en Europa, antes que Hume o Locke.
El fondo
Zweig utiliza el debate sobre la religión y la Iglesia para hacer una loa a la libertad de conciencia y de expresión, en un momento- los años 30 europeos- en los que libertad y tolerancia estaban pasando sus peores días. El libro es una perfecta digresión de polos opuestos: libertad frente a tutela; humanismo frente a fanatismo; tolerancia frente a intolerancia; conciencia frente a violencia; paciencia contra impaciencia, libertad contra norma; autodeterminación contra determinación.
Castellio, y el propio autor, sabe que, si se acepta la sinrazón de la violencia y la intolerancia, el resto de la vida también será de violencia y sumisión.
La religión, ese es mi convencimiento, pertenece a la esfera individual de la persona. Como dijo Borges, “soy lo opuesto a un católico argentino, ellos son creyentes, pero no están interesados, yo estoy interesado, pero no soy creyente”. Todas las “verdades”, y en especial las religiosas, son discutibles. Esas “verdades” se pueden difundir, pero no imponer, y la Iglesia, y el poder político que la sostenía, lo ha hecho en muchos momentos de la historia: evangelización de América, cruzadas, inquisición, y lo mismo en otras religiones: talibanes, guerra santa musulmana, etc. “Un vino malo no será mejor porque se obligue a la gente a beberlo”. La Reforma fue un proceso que se inició por causas religiosas, pero que acabó siendo político, social y cultural. Durante siglos la humanidad se ha visto envuelta en guerras con origen en las diferentes ideas religiosas. Entre católicos y protestantes, entre otras, la Guerra de los Treinta años, a la que puso fin la Paz de Westfalia, un gran avance en materia de tolerancia religiosa.
Calvino no quería la razón, solo tenerla. El estudio psicológico que hace Zweig de Calvino es interesantísimo. “Aquellos que no tienen ningún miramiento a la hora de forzar la opinión de otros, son los más sensibles ante cualquier oposición hacia su propia persona.”
El optimismo de Zweig
Zweig dice que a la larga cualquier represión a lo largo de la historia ha sido superada. “la independencia moral de la humanidad es indestructible”. Se anticipa a lo que acabarían siendo los regímenes de Hitler y Stalin. Pero, el propio autor confiesa su impotencia: “Castellio no me refleja a mí, sino al hombre que me gustaría ser.”
La Europa de los siglos siguientes, del XVII a XIX no se dejó disciplinar, ni puritanizar. La declaración de independencia de los estados Unidos y la Revolución francesa, son exponentes de una expresión de libertad contra las autocracias.
La última frase del libro es claramente optimista: siempre habrá un Castelio para luchar contra un Calvino, un mosquito a la larga puede vencer a un elefante. Sin embargo, lo cierto es que Zweig se suicidó ante el mundo que estaban imponiendo el nazismo.
Lo que hoy está sucediendo
Hay algo que sorprende al leer el libro, y es que los ciudadanos de Ginebra obedecieran como borregos las instrucciones de Calvino y su estructura. Aunque, si se reflexiona, algo similar está pasando en nuestros días. De un lado los populismos de izquierda y de derecha, que ofrecen la “tierra prometida” (Ideologías, que gran invento para no pensar), de otro “Calvinos digitales” que controlan nuestras vidas: redes sociales, medios de comunicación, vulneración de la privacidad, prohibiciones de toda índole. El ser humano, probablemente acuciado por el miedo y la incertidumbre, ha buscado en muchas ocasiones, disolverse en la comunidad, refugiándose en religiones, partidos políticos, equipos deportivos o cualquier otro tipo de “tribu”.
Sin embargo, lo que hoy necesitamos es más conciencia individual que se comparte y no una supuesta conciencia colectiva que se impone. El gran avance de nuestra civilización es la libertad consensuada, con una sociedad democrática y solidaria: un Estado de derecho que protege los derechos individuales y los colectivos. La libertad no es posible sin autoridad (“La libertad es el derecho de elegir a las personas que tendrán la obligación de restringirla” Harry Truman), ni la autoridad sin libertad, que se convertiría en tiranía.
Para acabar, un ejemplo de la semana pasada desde algunas voces populistas en nuestro país: “La libertad de prensa pertenece a la ciudadanía, no a los periodistas. La libertad de catedra no pertenece los docentes, sino a la sociedad”. A esto me estoy refiriendo.
Mario Alonso
Julio 2020